Sebastián, primer gran pintor tomasino
En el marco de las actividades organizadas por la Gobernación del Departamento del Atlántico para conmemorar los diez años del fallecimiento de la poeta Meira Delmar, asistí a la renombrada galería del Parque Cultural del Caribe para complacer mi gusto mediante una exposición que congregaba a los más destacados pintores de la costa norte colombiana. Ninguna sorpresa me causó encontrar colgados, en medio de grandes obras caribeñas, varios cuadros del aplaudido artista Lisandro Adárraga Guerrero. Sin embargo, me llamó la atención que mi amigo y compadre Pedro Badillo Noriega, sobresaliente sociólogo y empedernido lector, investigador como el que más de la historia de Santo Tomás, ilustrara con lujo de detalles y en claro lenguaje, cada una de las obras del Da Vinci tomasino. Aproveché para preguntarle al orador si entre sus tantas averiguaciones,se había topado con algún retratista o acuarelista que en el pasado lejano hubiese sido admirado en “El pueblo de los verdes mangos”, como llama a su tierra el autor de “La muerte previa”. Badillo escarbó en el amplio paisaje de sus lecturas y saberes. Después de unos segundos de meditación, me respondió así:
“A propósito de pintores -empezó Pedro sin dejar de mirarme – traigo a este escenario lo que según tu tío abuelo Sebastián, pintor de cuna y no de escuela, a él mismo le ocurrió allá a comienzos del siglo XX, cuando el pueblo nada más llegaba hasta La Calle Grande, la cuatro, ahí donde yo resido. Aquel querido hermano de tu abuelo paterno vivía con su esposa y sus siete pelaos en la última casa de la localidad. Allí, cuando el sol empezaba a agacharse, tu tío, cansado por la ardua jornada laboral de rula y hacha, colgaba una abigarrada hamaca muy cerca a la coliza de la choza pañetada con boñiga de vaca revuelta con clara de huevo y blanqueada con cal, lo que le permitía contemplar la impoluta pared que lo motivaba a pintar algo. ‘¿Qué pintaré?’, se preguntaba Sebastián, hombre que por su aspecto vikingo y su solvencia expresiva oral, solía convertirse en centro de atención para las mujeres del pueblo”.
“Un día cualquiera – continuó Badillo – los propietarios de burros, de burros machos, como quien dice, todos los hombres del pueblo, se declararon en jornada de protesta y, reunidos frente a la inspección de policía, manifestaron su inconformidad: no soportarían un burro más con el asta viril o guasamalleta partida. Genuflecta, diríase. Unos cien jumentos andaban con la guardia abajo. Nadie conocía la causa de aquella debacle asnal. ‘¿Y nosotras qué? Con los chicuelos del pueblo no nos basta. Necesitamos seres bien dotados que nos toquen lo más profundo de los sentimientos’, protestaban las burras… las burras hembras. ‘Denme tres días para investigar el caso’, expresó el inspector con cara de preocupación y lágrimas asomadas. ‘Está bien’, aceptaron los manifestantes. ‘Cuidao la embarras, porque jumm’, añadió el que parecía ser el líder de aquellos desesperados campesinos, mientras asesinaba el viento con un brillante machete que movía de un lado a otro.”
“Las pesquisas – siguió el sociólogo motivado por la total atención de los asistentes -llevaron al inspector a la casa del tío Sebastián. Allí, el funcionario salvó la permanencia en el cargo. Después de vueltas y vueltas, redactó el documento que resumía el caso. En la última hoja del informe que le presentó al gobernador se podía leer: ‘… de esa manera comprobamos que el señor Sebastián Pizarro, artista de pinceles, pintó en la coliza de su casa una burra, una burra hembra rabo alzado. Estaba tan bien logrado aquel dibujo, que los asnos, al ver tan hermosa dama cuatro cascos y orejona, se detenía, se relamía, rebuznaba, desenvainaba su herramienta, y ahí te van panelas: arremetía contra la hembra y pum sufrían un golpe muy fuerte al estrellarse contra la pared. Era tan considerable el pretinazo y tan contundente el impacto mental que los animalitos quedaban condenados a la impotencia sexual vitalicia.”
“La vivienda de tu tío abuelo – volvió a mírame Pedro – fue demolida. Una nueva casa le construyó la gobernación. Por sugerencia del inspector, el señor Pizarro fue nombrado pintor oficial de la banda oriental del departamento. De verdad que el hombre era un gran artista. A pesar de decenas de interrogatorios, tu querido tío nunca confesó de qué elementos se valió para pintar el olor a feromona que aquella famosa burra despedía por la vulva. Menos mal que a principios del siglo pasado, la energía eléctrica no era conocida aún en Santo Tomás. ¿Qué tal si a Sebastián se le hubiera antojado pintar insinuantes y atractivas mujeres desnudas en los postes del alumbrado público?”, remató Badillo.
Lamento que mis genes no trajeran vestigios del talento artístico del tío abuelo Sebastián.
Genialidad caribe
Muy bacano relato!!
Excelente
Esta historial asnal me produjo un impacto de risa como hace algunos años, cuando Félix, me relato tan descabellado acontecimiento. Obviamente tiene sus variantes que son agregados para enriquecer o ensalsar con lujo de detalles este suceso. Yo me atrevo a pensar que el propio “Tio Sebastian” fue víctima de su propio invento, cuando al regresar de sus faenas arrellenado sobre el sillón de su burro garañón, con el brio qué le era característico y por la atencion de dos costales de maíz amarrados a lado y lado de aquel artificio de madera no reparó cuando ese jumento levanto sus orejas puntiagudas y se lanzo en trote irrefrenable acompaño con la musicalidad estridente de su rebuzno, para después y, con baston de mando fuera de su vaina, levantó las patas delanteras sobre esa fatídica pared ocasionando la inminente caída de Sebastian, mientas el animal aferrado sobre el muro trataba por todos los medios de cubrir a esa hembra. Lo único que consiguió ese semental fue lanzar un chorro de semen que mojo irremediablemente al autor de semejante pintura. Tal vez, el tío Sebastian embelesado por alguna fábula mitológica, y por la escacez de monumentales burras en su pueblo, quiso imitar a Pigmalion, lo que de alguna manera consiguió dandole vida en el muro a esa hembra que una y otra vez fue la causante de la fractura y enyesado de guasamayos de burros de la comarca.