Apariciones

- Por Daniel J. Charris Granados
La penumbra de una nueva noche empieza en el pueblo de Frentecacho y los habitantes de la calle de la Amargura encienden en las puertas de sus casas sus faroles de kerosene tratando de iluminar artificialmente la cuadra y disipar el temor que los invade debido a que hace muchas noches son presa del terror por algo desconocido, nunca visto, que les hiela la sangre y les acelera los intestinos obligándolos a refugiarse en sus casas, camándula en mano y credo en boca, para conjurar lo que ellos interpretan como la presencia de una bruja, algún espanto, o el espíritu en pena de Amadito que murió ahogado en la ciénaga cuando decidió un mal dia ir a puyar hicoteas para resolver la comida del viernes santo pasado.
Siempre al mismo momento, faltando un cuarto de hora para las doce de la noche, sienten en sus techos los estragos de una lluvia de piedras que caen del cielo, a veces dejando huecos irreparables en las tejas de cemento, algunos atestiguan ver fulgores en el cielo que semejan rayos incandescentes en tiempos de tormenta, una noche vieron un pato negro haciendo graznidos volando a esa hora a lo que alguien versado en esos menesteres atribuyó a la transfiguración de una bruja ya que estas a veces se convierten en patas para volar y salir a hacer sus fechorías.
Otras veces habian visto, amparados en la seguridad de las cortinas de sus casas, sombras tenebrosas que recorren el barrio de un lado a otro como una humareda con vida propia. Era época de lluvia y una brisa fría y penetrante hacía olas en los charcos dejados del aguacero de la mañana a la vez que despeinaba la paja del techo de algunas casas dejandolas como si tambien les pusieran las pajas de punta y calaba los huesos alborotando los dolores reumáticos de doña Epíritu que lleva varios años sin salir a la calle debido a sus dolencias articulares las cuales mitiga haciéndose frotaciones con cebo de cuba, vick vaporup, ruda y alcanfor en una mezcla magistral que ella misma prepara, su oficio es la actualidad en noticias locales debido a que pasa el dia entero sentada en la puerta de su casa y ella misma ha interpretado esta situación como fuerzas malignas que deambulan buscando almas que corromper, cosa creíble según los vecinos que dicen que han visto lo último en estos dias.
Decoroso Bardina a quien sus padres enviaron a estudiar a la capital había vuelto de vacaciones cambiado, vestía camisas manguita recojida, pantalones apretados que sofocaba sus nalguitas respingadas, un corte de pelo raro y teñido de mono, tenía un caminar excesivamente erguido, como si sufriera un ataque de tétanos, además, había traído un amigo de iguales caracteristicas y salian a caminar de mano agarrada ante la incredulidad de los mirones que decían que los aires de la ciudad habían descompuesto al muchacho. Jesusita, la mujer de Liborino se habia ido de una buena vez hacía quince dias con el turco que surtía de telas y utensilios domésticos el lugar, proponiéndole un día dar un paseo en su moto nueva y más nunca regresaron dejando al marido con sus tres hijos diciendo que ese hombre le habia dañado la cabeza a su mujer.
Ante estos escándalos la gente acudió al padre Bonifacio que vivía en la casa cural contigua a la iglesia acompañado de su sobrina y los dos hijos de ésta y que llamaban en ocasiones papi al Padre, seguramente por haberlos criado desde que nacieron. Él, organizó una homilía para el momento de las manifestaciones paranormales para santiguar el lugar en caliente y expulsar esos malos espiritus de allí.
La noche siguiente se congregaron no más de diez personas rezando casi que imperceptiblemente en el marco de la plaza esperando las apariciones, y vieron una sombra correr justo en la esquina lanzando objetos en los techos de las casas para continuar hasta el fondo y entrar por el portón en la casa de Isidora que se encontraba sola ya que su marido trabajaba de noche en la celaduría de la escuela del pueblo vecino, los homiliantes se llenaron de pavor y valentía al mismo tiempo al ver esa escena y se apostaron frente a la puerta de la casa de la mujer incrementando el fragor de sus oraciones por una lapso aproximado de dos horas, hasta que inesperadamente una sombra material con manta oscura encima y amparada en la penumbra se les avalanzó desde el porton de la casa en actitud de franca huída sin lograrlo cayendo de bruces en la tierra y dejando al descubierto el rostro de Abimael que trabajaba en la tienda del cachaco Juan y que antes de que los rezanderos, ahora convertidos en turba, se le abalanzaran encima en forma desafiante gritó pidiendo misericordia confesando que él era el autor de las apariciones debido a que mantenía algunos escarceos amorosos con Isidora ante las insinuaciones de ésta motivadas según ella, por las carencias y necesidades del cuerpo que su marido ausente no podía atender.
Aclarado el asunto, el cura solo tuvo tiempo de decir: “Este pueblo tiene muy bien puesto el nombre, me hicieron trasnochar solo por unas vainas de cacho, me voy que a mi sobrina no le gusta que la deje sola en las noches”.
