6 diciembre, 2025

De las boberías y la resistencia espiritual

Por: Pedro Conrado Cudriz

No sé si esta convicción que les comparto fue antes de graduarme en el bachillerato o después, cuando adelantaba estudios de sociología. No importa. No asistí a la escuela para ser un tonto, un borrego, un mandadero de nadie ni un creyente patriótico. Hay que partir de la decisión personal de educarse para no ser bobo o imbécil social. Esta decisión extraordinaria implica un reto anormal- el de la resistencia-, la de fortalecer a diario mi disciplina de hierro de agente de cambio. Sí, lo sé, hay que des-alienar la vida de uno, abrir los ojos de la mente y tener el deseo estoico de aprender de la vida, de los libros, del cine, de la pintura, del periodismo, de la realidad y en general del arte, porque la vida es arte. Arte bueno, arte regular o arte malo. Este esfuerzo personal de la resistencia también requiere del poder de la contemplación, de afinar la mirada, la escucha y el pensamiento crítico como lo sugirió Nietzsche, y el aprovechamiento del tiempo libre.  

Y el fortalecimiento del hábito lector.  

El esfuerzo académico debe ir más allá de una escuela preocupada por convertir a los ciudadanos en esclavos laborales, en hacerle el favor a los capitalistas y a los gobiernos de construirle ejércitos de hombres dispuestos solo para el trabajo.  

El eje de esta escuela: cero pensamiento crítico, cero cultura ciudadana, cero buenos ciudadanos.  

El sistema de la economía política escolar capitalista educa para las tonterías del fútbol, las telenovelas, los noticieros del poder, la ropa de marca, los cuerpos físicos modelados en los gimnasios, el adoctrinamiento religioso y la marginalidad. Es el afinamiento del extrañamiento, planeado a mansalva para que la gente no aprenda a leer la realidad, su realidad, tampoco los discursos del Presidente de la república ni las actuaciones gubernamentales. Así nos han educado y gobernado desde hace doscientos años, escolásticamente, con el uso de una memoria que dejó de ser memoria histórica.  

Vivimos en una sociedad de clase y con privilegios absolutos, que se parecen a las estructuras de castas de la India, mientras el resto de la sociedad y sobre todo, los más pobres, entregan sus hijos a la patria de la guerra y la distopía en calidad de soldados o policías.  

He tenido que mandar al infierno la mayoría de los hábitos sociales que extravían a la sociedad de sí misma en las fruslerías de la cultura del consumo, la superficialidad y las actividades que le roban el tiempo para las actuaciones básicas de la sana ciudadanía: telenovelas, cantinas… En contra vía tengo un presupuesto mensual para la compra de libros y prensa escrita, amigos especiales para las conversaciones de elevado signo de resistencia espiritual, tiempos de lecturas y de ejercicios físicos y el reloj de las contemplaciones aristotélicas. Aquí está mi basamento intelectual para luchar contra las tonterías inculcadas desde la infancia por un sistema que vive feliz cuando uno no tiene nada, ni siquiera libertad ni pensamiento crítico. 

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