De males y curaciones

Durante la segunda mitad del siglo veinte, la medicina tuvo un desarrollo vertiginoso, siendo la terapéutica, una de las áreas con mas herramientas para el tratamiento exitoso de la mayoria de enfermedades que nos aquejan, y hoy dia, siguen desarrollandose medicamentos cada vez más eficaces con el mínimo de efectos secundarios. Sin embargo, no siempre fue así, obviamente, y hasta hace pocos lustros se echaba mano de recetas naturales y caseras, que perduraron de generacion en generación y que nos parecerían a la luz de estos días inverosímiles y hasta sorprendentes y fantasticas.
El rey del botiquín casero era el Ron compuesto, una mezcla embotellada de plantas y sustancias como ruda, alcanfor, marihuana, romero, menta, ortiga, yerbabuena, entre otras, en maridaje con ron blanco. Este era para uso tópico en múltiples afecciones como dolor de espalda, picaduras, urticarias, dolor de muela, dolores articulares entre otros usos.
Si alguien gustaba de andar a “pie pelao” y le daba erisipela, que mejor que el sobo del sapo, en el cual se restregaba el anfibio en la zona afectada y gracias a un poderoso antimicrobiano en la piel de éste, el enfermo presentaba mejoría a los pocos dias, si fallaba era candidato a amputación.
No era poco frecuente ver a los lactantes, después de engullir su tetero de mazamorra, con un hilo humedecido con saliva en la frente para prevenir y tratar el hipo. Y si a éstos les daba aventazón o exceso de gases por mala digestión, había que colocarlo de medio lado con una pierna estirada y la otra encojida, y darle a beber una toma de manzanilla, asegurando una pedorrea que había hasta peligro de explosión si habia candela cerca.
Se daba Fé de los poderes milagrosos del té de caléndula y diente de león para estimular y fortalecer el utero y así propiciar el embarazo en mujeres que no habian podido concebir porque tenian la matriz débil o no le cuajaba.
Era común someter a los beneficios de una mezcla magistral de una infusión de jengibre, miel y limón a los catarrientos que les daba gripe una vez al año y les duraba doce meses. Tambien era común en estos casos darle aceite de tiburón con limón en ayunas para “engrasarle los pulmones” y asegurar la expulsión de las flemas.
¡Esos molestosos lumbagos y arrengadera bien podían tratarse con ron compuesto y sobos locales con aceite de coco revuelto con árnica, bendito…!
Si se era víctima de picadura por un alevoso insecto podías limpiarte la parte afectada con orina o vinagre para sacar la ponzoña y despues aplicar un emplasto de tabaco masticado para aliviar la molestosa picazón.
Los abscesos en la piel o “nacíos” sucumbían ante el poder sobrenatural de un emplasto de papa rayada y hojas de ají, seguro le sacaba hasta la madre al doloroso grano.
Muy común era ver a cualquiera con media cara hinchada debido a una muela apostemada o “postemilla”, cuadro clínico tan grave como doloroso. Se prescribian buches de agua con bicarbonato tibia, emplasto de cebolla con ajo por dentro de la boca y papa rayada por fuera, lo que garantizaba una rápida curación y si no, tenías asegurado un aliento que ahuyentaba hasta los gatos.
Para el ojo picho u orzuelo, era muy benéfico colocarse un huevo de gallina recién puesto para aflojar el pus y drenar el mismo, aunque en ocasiones quedabas con mierda de gallina en el ojo que te aseguraba una conjuntivitis.
En las heridas por quemaduras, el tratamiento indicado eran emplastos de tomate y sabila como cicatrizantes y alivio del dolor, y aquellas heridas que no sanaban o sanaban “en falso”, que mejor que la panela rayada aplicada dos veces al dia en la zona, se le atribuía que “llamaba carne” en la herida y además mantenias un ejército de moscas queriendote devorar.
El pobre infeliz que padecia de hemorroides o almorranas tenía que pasar gran parte de su vida sentado en una ponchera con agua tibia con bicarbonato, sal de glover y sal de epson, acompañado de enemas o lavados jabonosos para que pudiera defecar con facilidad y menos dolor.
A aquel que sufria exclusion social y solicitud de divorcio por esa tormentosa y cruel pecueca, sumergir los pies en baños tibios con agua de bicarbonato y té negro, complementado con una cucharada de bicarbonato en cada zapato, si esto no resultaba, había que botar los zapatos.
Cuando el diagnóstico eran lombrices y parásitos en general, se buscaba refugio en el Quenopodio, que según, dejaba el intestino limpio y con una pulcritud celestial, mas aún cuando se potencializaba su efecto con agua de panela, jugo de piña o naranja, eso sí, el medicado tenía que irse a vivir uno o dos dias al excusado del traspatio.
En los botiquines mas solventes, no faltaba la pomada de Numotozine que se aplicaba tibia sobre esguinces, golpes y torceduras. La Thimolina para aliviar la fiebre, desinfectante de heridas y hasta para la higiene femenina externa. El torturador y despiadado Merthiolate que al aplicarlo sobre raspones mataba y devolvía a la vida la victima. Pastillas de alcanfor para ahuyentar la fiebre y hacer desinfeccion ambiental.
Afortunadamente en la actualidad somos beneficiarios de medidas terapéuticas eficaces y efectivas para la mayoría de patologías, dirigidas especialmente a controlar el quebranto de salud específico, para bien de la humanidad.
