Respuesta a Efraín Cepeda: No confunda resistencia con obstinación, ni institucionalidad con politiquería

POR JUAN RICO
El presidente del Senado, Efraín Cepeda, ha decidido enviar una carta pública —tan cargada de dramatismo como carente de sustancia— donde convoca a sus colegas a no dejarse “amedrentar por el Gobierno”, y a “resistir con plena conciencia de su deber”. En apariencia, la misiva parece un llamado a la defensa de la democracia; en realidad, es una expresión decadente del viejo régimen parapetado tras el Congreso para defender sus privilegios. Basta de hipocresía: lo que está en juego no es la dignidad del legislativo, sino los intereses de una élite política que no tolera la más mínima reforma al orden que ha garantizado su impunidad y su permanencia en el poder.
La palabra “amedrentar” parece diseñada para victimizar a un Senado que ha sido históricamente uno de los principales responsables del estancamiento institucional de Colombia. ¿Quién amenaza a quién? ¿Es el Gobierno quien amenaza al Congreso, o es el Congreso quien ha saboteado sistemáticamente los proyectos de transformación que exige el país profundo? ¿No son los mismos que hoy hablan de “resistencia” los que ayer enterraban reformas sociales en nombre de la gobernabilidad, mientras se repartían cuotas, embajadas y contratos?
Cepeda invoca el “deber”, como si su bancada —y buena parte del Congreso— actuara movida por principios inquebrantables. Pero los hechos desmienten sus palabras. ¿Cuál deber? ¿El deber de bloquear reformas a la salud mientras clínicas privadas siguen lucrándose del dolor ajeno? ¿El deber de entorpecer la reforma laboral para proteger a gremios que se alimentan de la precarización? ¿El deber de oponerse a la reforma pensional para seguir garantizando que solo una minoría privilegiada se jubile con dignidad mientras millones sobreviven en la informalidad y la vejez sin ingresos?
No señor Cepeda. Lo suyo no es un acto heroico. Lo suyo es el teatro decadente de una casta política que no quiere perder el control de la mesa. Y en ese guion, su carta no es un manifiesto democrático: es un panfleto defensivo escrito desde la arrogancia y el temor de quien sabe que el país ha despertado y ya no tolera más cinismo.
Hablar de “resistencia” desde el Senado colombiano es, en sí mismo, un acto de ironía brutal. Este Congreso no ha sido símbolo de resistencia democrática, sino fortaleza de los intereses clientelistas, búnker de los lobistas, y refugio de parapolíticos. Mientras miles de líderes sociales han muerto resistiendo con su vida por defender el agua, la tierra o la paz, usted habla de resistencia porque siente presión política. ¡Qué insulto a los verdaderos resistentes de Colombia!
Usted, senador Cepeda, representa un sector que confunde el debate político con la obstaculización sistemática. Cada intento de reforma, cada propuesta transformadora, es recibida no con análisis ni alternativas, sino con trincheras ideológicas, ataques personales y dilaciones calculadas. No se trata de diferencias legítimas; se trata de sabotaje parlamentario disfrazado de institucionalidad.
Y que no se engañe el país: la supuesta “presión” del Ejecutivo no es más que la voluntad política —democráticamente respaldada en las urnas— de cumplir un programa de gobierno. ¿Desde cuándo exigir que se debata y se vote una reforma es una amenaza? ¿Desde cuándo el hecho de que el presidente critique al Congreso —como cualquier ciudadano tiene derecho a hacerlo— constituye una “intimidación”? ¿O es que ustedes, senadores, son intocables, inmunes al juicio público, impermeables a la crítica?
Lo que ocurre es que el Gobierno de Gustavo Petro, con todos sus errores, no juega bajo las reglas silenciosas de la mermelada. No reparte ministerios a cambio de votos. No ofrece notarías para comprar conciencias. Y eso, para muchos en el Capitolio, es intolerable. Porque ustedes se acostumbraron a que gobernar es negociar con el Congreso como si fuera un mercado persa, donde cada ley se subasta al mejor postor.
No hay, en su carta, una sola línea que defienda los derechos del pueblo. No hay una sola mención al hambre, a la desigualdad, al desempleo, a la violencia estructural que vive la Colombia olvidada. Lo único que defiende su carta es el fuero del Senado como fortaleza del privilegio. Usted no llama a resistir para salvar la democracia: llama a resistir para proteger el statu quo.
Y no nos venga ahora con el discurso de la institucionalidad. La verdadera institucionalidad se defiende con reformas que devuelvan la dignidad a millones, no con trincheras para mantener la injusticia. Si el Congreso fuera realmente un bastión institucional, no estaría lleno de curules compradas por estructuras criminales, ni de legisladores con prontuarios judiciales o contratos amañados con los clanes regionales.
Su carta, señor Cepeda, es una provocación que busca victimizar al Congreso ante la opinión pública, cuando en realidad lo que ocurre es lo contrario: la ciudadanía está harta de un poder legislativo que no legisla para el pueblo, sino contra él. La gente ya no come cuento. Y por más cartas que publique, por más poses de mártir que adopte, usted no va a revertir la verdad que el país grita desde hace años: que el Congreso es parte del problema, no de la solución.
Si ustedes quieren resistir, resistan. Pero háganlo con argumentos, no con lamentos. Con proyectos, no con comunicados vacíos. Con ética, no con doble moral. Y sobre todo, háganlo de cara al país, sin esconderse tras frases altisonantes que solo buscan lavar la imagen de un poder legislativo desprestigiado.
La política no es un club de caballeros ofendidos. Es el arte de gobernar con responsabilidad y de rendir cuentas. Y si el Congreso no quiere colaborar con la transformación del país, que al menos tenga la decencia de no presentarse como víctima.
La resistencia no es suya, senador Cepeda. La verdadera resistencia está en los barrios populares, en las veredas azotadas por la guerra, en los pueblos donde no hay hospitales, ni escuelas, ni Estado. Allí sí se resiste de verdad. Y lo hacen sin cartas, sin cámaras, sin micrófonos. Lo hacen con dignidad.
Usted, en cambio, resiste desde el privilegio. Desde la comodidad del Congreso. Desde la burocracia que lo protege. Pero esa resistencia no es noble, ni justa. Es la resistencia de quien no quiere cambiar nada porque todo le ha favorecido.
Así que resistan si quieren. Pero no se llamen héroes. El país los está mirando. Y más temprano que tarde, el juicio popular será más duro que cualquier presión política…