De las insensibilidades de los servidores públicas

“Muchas cosas he leído y pocas he vivido… y no me daba cuenta que leer es una forma de vivir también.”
J.L. Borges. Vargas Llosa, Medio siglo con Borges.
“Si nos volvemos incapaces de crear un clima de belleza en el pequeño mundo a nuestro alrededor y sólo atendemos a las razones del trabajo, tantas veces deshumanizado y competitivo, ¿cómo podremos resistir? Ernesto Sábato, La resistencia.
“La cultura es el primer piso de la evolución humana.” P.C.
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La mayoría de los alcaldes que he conocido –con algunas arregladas excepciones- no tienen una fuerte sensibilidad cultural para intentar transformar el mundo desde esos ojos luminosos de la vida que son los libros. Y menos han alcanzado la sensibilidad artística justa para emprender el bienestar humano de sus comunidades. Esta disminuida sensibilidad por el arte, juega en contra de las organizaciones culturales y de la sociedad misma, y también en contra de los artistas de todos los tipos.
Algo les fue negado desde niños a nuestros burgomaestres – no fueron educados para disfrutar de una puesta de sol, o un poema, o de la luna eufórica en los cielos de todos los días, o una pintura, o el paisaje, o un cuento o una novela- y después, mientras crecían, se fueron perdiendo en las razones ocultas de la memorización de la existencia, como lo hicieron en la escuela y en la universidad, o se extraviaron en los caminos del hombre común, sin libros ni bibliotecas que les lograra alimentar el espíritu.
Y sí, es cierto, pocos hombres y mujeres escapan a este destino tramposo y compartido de los seres humanos, salvo los que se atreven a matar muy temprano la culebra del concierto de masas para asombro de sí mismos.
Los servidores públicos en general, los que conozco, no excluyo los concejales, tampoco tienen la manía de los libros, los hábitos de los buenos lectores, de aquellos que como Iván Fontalvo, o Aurelio Pizarro, Ramón Molinares, o Tito Mejía Sarmiento, Diovaldo Heredia, o el mismo Borges, creen y creían que en los libros habita también la vida.
Estoy recordando una anécdota dada en gratuidad por la vida, con algunos candidatos a la alcaldía de un municipio X del departamento del Atlántico. Una niña chispita que asistía al encuentro con ellos, les preguntó por el último libro que habían leído. Los candidatos no se acordaban de ningún libro leído por aquellos días y solo uno de ellos para salvar la tarde, confesó que leía todas las noches, antes que le cayera la montaña de los sueños encima, la biblia.
El mundo se cambia transformando el espíritu y la conciencia social de los hombres, y luego viene en cadena el cemento y la estética de la arquitectura de la ciudad. Y esa hermosa, compleja y dialéctica tarea se inicia con una educación de calidad, que incluya la cultura, la cultura ciudadana, la biblioteca y los libros. La vida hay que aprender a conceptualizarla desde lo artístico para poder hacer de la existencia una escuela de arte.
Mi amiga, Sucely Ariza, cierto día del mes de los truenos, me preguntó si el municipio de Santo Tomás estaba preocupado por su estética, por la belleza. No supe que respuesta darle en aquel momento y ahora creo que en la construcción de este texto está de alguna manera la respuesta a aquella artística interrogación.
¿Cómo comprender la vida sin los libros? ¿Cómo comprender mi historia personal si no disfruto de la historia contada en los libros? ¿Cómo saber quién soy si no leo los textos de psicología? ¿Cómo comprender la vida de una biblioteca si nunca en la vida he tenido una relación apasionada con los libros? ¿Cómo ayudar a un pintor si no entiendo la pintura? Y con los niños ¿Qué hacer para que amen los libros?
Los dejo con un poema de Jorge Cadavid, en Música Callada:
Anotaciones
Si miras bien
un lápiz no es un arado
un papel es menos que un paisaje
Si miras bien
todo está ordenado y limpio
para que una mano invisible
deje sembrado un campo yerto
