29 marzo, 2024

Penitentes, visiones del cuerpo e imaginario de la vida

POR: PABLO EMILIO CABALLERO PÉREZ

En el trasfondo de la práctica religiosa de los penitentes subyace la conciencia sobre el cuerpo, la cual es inseparable del imaginario de la vida y de la visión del mismo cuerpo. Este, en la ideología religiosa cristiana, apar ece formando una constitución binaria con el alma. La visión del cuerpo en el discurso religioso está resumida en la sentencia según la cual “Los tres enemigos del alma son el demonio, el mundo y la carne” entendiendo a esta última como constitutiva del cuerpo. Este cuerpo, de acuerdo con la visión cristiana es la parte corruptible del ser humano; lo pecaminoso, es decir, un reservorio de pasiones y tentaciones estimulados por el demonio y la carne débil, cantera de la sexualidad desaforada. El alma, en cambio, es la entidad no material, diferente al cuerpo, del cual se separa al morir éste. De acuerdo con la creencia cristiana, entonces, hay necesidad de disciplinar el cuerpo para salvar el alma en el más allá porque el cuerpo es el causante de la perdición y condena el alma. Surge así la imagen paradigmática del Cristo redentor con el cuerpo lacerado y alanceado en un costado con el rostro sangrante; redentor y salvador que se convierte para el penitente en un modelo a imitar. Se forma así el cuerpo de los anacoretas y los eremitas que huyen del mundo y se refugian voluntariamente en las ermitas, pequeñas capillas construidas alejadas de las poblaciones donde se lleva una vida de contemplación, meditación y penitencia.

Sin embargo, la penitencia no es una práctica llevada a cabo voluntaria y exclusivamente en los conventos y las ermitas. También se realiza como un castigo o pena impuesto por el tribunal religioso de la inquisición a los herejes o apóstatas que se apartaban de los dogmas de fe de la iglesia católica. Al penitente o condenado por la inquisición se le hacía desfilar en las calles de la población para vergüenza pública, se le colocaban vestimenta e insignias que identificaban su delito como el Sambenito y la coroza y en la iglesia se le hacía arrodillar o tender en el suelo en el lugar más visible; y se le colocaban velas de cera en la frente, los pies, y las manos. En Santo Tomás, el viernes Santo los penitentes desfilan en la calle de la Ciénaga llevando una vestimenta especial: un pollerín, equivalente al Sambenito, un capirote para cubrirse el rostro y una disciplina o látigo con siete bolas de cera, endurecidos al sol, con el cual se laceran la espalda a golpes, parte del cuerpo que es cortada con una cuchilla para que brote la sangre coagulada. Esta penitencia es voluntaria y busca no salvar el alma sino agradecer a su Dios el haberle salvado la vida a un familiar cercano al pasar por un trance de muerte, a raíz de una enfermedad. Esta razón marca una diferencia entre la religiosidad popular y la religiosidad oficial. Finalmente, la penitencia en Santo Tomás, como acto mimético, es decir, de imitación también conlleva teatralidad y escenificación. 

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