29 marzo, 2024

SANTO TOMÁS, LA MODERNIDAD Y LAS RÉMORAS DEL PASADO

Por. Pablo E Caballero Pérez.

Podemos afirmar con toda certidumbre que Santo Tomás, durante la primera mitad del siglo XX, era todavía una comunidad cerrada, agraria, y casi feudal en la cual había un liderazgo mesiánico de un líder con dominio económico y político casi absoluto, cuyo poder se asentaba en la propiedad de la tierra. El pueblo estaba conformado entonces, en su mayoría, por viviendas construidas con barro embutido en un armazón de caña brava amarrado con bejuco y sostenido por horcones en cuyas cabezas iban sentadas las vigas que sostenían el techo pajizo de eneas arrancadas de los suelos pantanosos; los predios estaban delimitados por cercas de palo.

Los hombres se dedicaban al cultivo de la yuca, el maíz, el millo, el arroz, el algodón, el frijol, y el ajonjolí y a la caza de venados, ponches, hicoteas y a la pesca. Las mujeres, en cambio, a los oficios domésticos, pues los roles sociales estaban perfectamente delimitados de acuerdo al género.

Nada parecía turbar la tranquilidad y el sosiego de esa comunidad bucólica de calles polvorientas y sol calcinante que carecía de acueducto y alcantarillado, energía eléctrica y conectividad con el medio exterior; donde los cerdos, chivos y vacas deambulaban por las calles.

De ese Santo Tomás que montaba en burro, mulo o caballo para trasportarse al campo y hasta Barranquilla; de esa aldea de casas de bahareque del siglo pasado, donde el carremulero sonaba los tanques que contenían el agua de la venta para anunciarlos a los clientes, nos encontramos hoy en las casas de mampostería y en los conjuntos inmobiliarios de alquiler y venta; en el municipio de la fronda verde y el crecimiento comercial de pequeñas y medianas superficies, de toda una “Colonia cachaca” y sucursales de las grandes superficies que borraron del mapa municipal a los tenderos nativos. Nos hallamos en el torbellino de motos, motocarros, carros y bicicletas que nos enredan la movilidad y nos provocan paranoia por el ruido de los mofles y el riesgo de ser atropellados.

Somos candidatos a quedar sordos como consecuencia del barullo de la música de pickups y equipos de sonido.

Y vivimos no solo enredados con el problema de la movilidad sino también enrejados por el de la inseguridad, presos del miedo a ser atracados o robados en nuestras propias casas.

Ingresamos también a través de las nuevas generaciones al mundo de la drogadicción y del hedonismo de los que sólo viven el momento sin perspectiva de futuro.

Nos encontramos en el Santo Tomás del hombre cibernético que “conversa” e interactúa con la máquina inteligente; en la pequeña ciudad que se abrió al mundo a través de una emigración de tomasinos que formaron diáspora en Venezuela, Estados Unidos y otros países.

Pero el proceso inverso de la inmigración comienza a producirse en la década del 30. En efecto, en 1935 llega a Santo Tomás, Modesta García, quien trae el primer culto no católico, el Adventista. Instala una funeraria y se vuelve tomasina por adopción; llegan también el turco Alejandro que se dedicaba al comercio de géneros o telas; y Feliciano Acosta que vendía pan y agua.

Despuntando la década del 60, aparece otro culto no católico, El Bautista; éste de la mano y la voz del inquieto y recordado Juan Sarmiento (Q.E.P.D), más tarde (Juan Bloqueo), que despertó el celo y la intolerancia de los católicos quienes organizaron brigadas de rechazo a la presencia de pastores foráneos en casa de Juan, entonando cánticos que decían: “fuera, fuera protestante fuera fuera de la nación, que queremos ser amantes del sagrado corazón”.

Hoy Santo Tomás práctica la libertad de cultos y la pluralidad política con una pluralidad de líderes luego de superado el sectarismo y el dogmatismo de la etapa de la videncia Liberal-Conservadora.

Sin embargo, esta avalancha de cambios y transformaciones, que produce vértigo y amenaza con arrasarlo todo, este torbellino de negocios del mercado capitalista fluctuante y en expansión, en el que estamos metidos, no ha arrasado con los penitentes y corralejas que como rémoras nos mantienen adheridos al pasado ritual de lo español. 

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