29 marzo, 2024

¿DONDE RESIDE DIOS?

Por Diobaldo Heredia Gutiérrez

Alguna vez, en las muchas tertulias entre amigos intelectuales con más ínfulas que acreditación, con los que a menudo compartimos ofrendas a Dionisio o a Baco libando algunas botellas de vino o de wiski, en medio de acaloradas discusiones sobre temas de diversa índole y mamaderas de gallo; uno de ellos y sobre el tema de la existencia de dios, exclamó: ¡Si dios existiera, no habría resistido la tentación de salir en televisión!, los contertulios nos miramos y suspiramos hondo como buscando una respuesta racional a su frase lapidaria, entonces Aldo, replicó, Moncho, sí aparece en televisión, lo has visto, pero no lo distingues porque su forma no corresponde a la descripción convencional  de los libros sagrados. Otra vez, un silencio sepulcral, luego el moderador espontaneo espectó ¡Explícate!  Aldo, éste repuso, si me dejan y no me interrumpen; entonces tomó la palabra y como curtido político empezó su estético discurso:

Empezaré con la afirmación redundante que el inventor o creador de todo lo que se considera técnico, científico, tecnológico y artístico, hasta hoy, es hechura del hombre; desde el azadón, el tractor, la comunicación por el sonido de un caracol; al robot, el celular y también de los dioses como ideología para conspirar y dominar a otros hombres; asunto que ha ocupado a filósofos de muchas corrientes, con discursos con relativa certeza en el contexto de sus épocas, pero conectados con el fenómeno emergente del ejercicio del poder; hace cien años la gente no sabía el cual era el papel de las proteínas y el ADN en los procesos biológicos y el hombre no había llegado a la luna.

Retrocederé un poco en la historia parcial de la concepción divina hasta nuestros influenciadores, que no los de redes sociales de actuales, sino a griegos y romanos que nos cambiaron o impusieron en occidente nuestros miedos a los fenómenos naturales catastróficos, por el miedo al dios que los propicia y los evita. Ambas culturas politeístas adoraban a muchos dioses y ahí estaba nuestro preferido Dionisio al que a menudo rendimos ofrenda. En algún momento de la historia, los romanos adoptaron la religión “católica apostólica y romana o cristianismo”, en el año 312 el cristianismo fue reconocido como religión oficial por el emperador romano Constantino en una decisión política y el 27 de febrero del año 380 mediante decreto del emperador Teodosio la decretó religión oficial, fusionando las raíces judeo-cristianas de la cultura grecorromana o religiones abrahámicas. Desde entonces la iglesia cristiana asiste a grandes templos, mezquitas y catedrales, donde se aprecia el arte costoso y el derroche de lujos y oro, estableciendo una fuerte relación entre Dios y Mamón, nombre bíblico de origen hebreo que significaba “dinero” y convirtiéndose en unas de las primeras instituciones más ricas del mundo, la primera multinacional. Al principio los dioses tenían perfil u ocupación; dios del amor, de la guerra, del vino, etc, después, con el monoteísmo, surgió el único, el omnipresente, el omnipotente, el salvador, el creador, el invencible, el justiciero, el inconmensurable, el maravilloso, el cielo, el todo poderoso, es decir el multifacético que todo lo puede; adjetivación muy coherente con la descripción del dinero, con la zanahoria, el precio, la comisión, la barba; es decir el dios dinero que compra y vende todo y de todo, hasta emociones.

Desde aquellos tiempos los fieles pobres adoraban y llevaban sus plegarias y ofrendas en la misma bolsa del almuerzo a los templos y mezquitas, los ricos sólo asistían por publicidad y promoción, para que el sacerdote, rabino o líder hiciera público el monto de sus donaciones y de paso humillar al tacaño y pobre;  y ahora el cambio es muy notorio, los desnudó, perfiló y estratificó; los pobres lo siguen haciendo en esos mismos lugares cumpliendo los mismos rituales; en cambio los ricos, dueños del dios Mamón, se comunican directamente con él mediante claves de acceso a sus dominios donde ejerce el  imperio real de la divinidad. Todos los días, al principio y al final, los dueños del planeta, de la tecnología, de la ciencia y del arte; acceden a su computador, ingresando a la nube o al cielo,  vía internet y ahí se informan cuánto  de dios tienen para su vida de goce y placer; constatan que cada vez son más ricos, más pecadores y avaros por preceptos bíblicos, pero más cercanos a su dios dinero, no son conscientes del exceso de riqueza que acumulan por avaricia y que han conseguido seguramente pasando por muchos pecadillos que ese dios les ha regalado o “perdonado”, el ritual vetusto se lo dejaron a los pobres con plegarias fundadas en la esperanza; no necesitan bolsas personales para recibir las ofrendas que el Dios de los pobres les impone como sacrificio y se las entrega a ellos en las “Bolsas de Valores” o  “Templos de Dinero”, del mundo, situadas en las grandes capitales de casi todos los países. Esas son las residencias de dios.

Las jerarquías eclesiásticas, establecidas por la iglesia desde el año 160 con el papado a la cabeza, que se surten en unas elecciones, oscuras y llenas de misterios, no son más que el espectro del difunto imperio romano disfrazado de humanismo; es decir si la caída del imperio propició en occidente el surgimiento de las religiones monoteístas más grandes; el emperador o rey es remplazado por otra autoridad política, el papa; parece una conclusión obvia que las causas de la caída del imperio más grande de occidente trajo  como efecto el origen, auge o desarrollo de las tres religiones monoteístas más grandes; entonces la crisis económica, de la globalización, de salubridad, de valores, de ideologías, desnudadas por la pandemia actual del coronavirus y el auge de la ciencia y la tecnología hoy, produzcan el efecto inverso, es decir la desaparición de las religiones como ideología política herederas  del fracaso político del imperio romano y las incertidumbres del hombre, en su búsqueda de sentido para su vida y muerte. Las teorías del origen de las religiones contrapuesta a la creacionista coinciden en que los humanos siempre han creado dioses. Cuando el humano razona y descubre lo azarosa de su suerte ante la enfermedad o el sufrimiento, el dolor o la tristeza, ante la salud y la alegría, la primera razón es atribuirle, en ese contexto de ignorancia, que su fortuna se le debe a la intervención de una remota divinidad responsable de lo inexplicable.

Todas las religiones se fundamentan en un principio o imperativo eficaz adoptado por el derecho terreno que a menudo se le llama “la regla de oro” que reza: “No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran”. Somos seres desequilibrados, el equilibrio no existe, sino como subterfugio para explicar estados emocionales de la vida en constante evolución o cambios.

Aldo terminó su discurso con las citas: “Nada en la vida debe ser temido, sólo debe ser entendido”, sentenció Marie Curie, Física y Química ganadora de dos premios Nobel. Seguimos teniendo un “agujero en forma de dios” como lo expresó Blaise Pascal en el siglo XVII.

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