19 abril, 2024

La muerte en los tiempos de pandemia

Por. Pedro Conrado.

En las sociedades ahora productivas, consumistas, narcisas y febrilmente hedonistas la muerte ha resultado más inaceptable que antes. Y esta es –quizá- una de las razones para que la gran mayoría de las gentes le hagan los esguinces, los dribles y los afanes eternos de desatenderla como tema de conversación cotidiana. Carga ella con el estigma de lo macabro o lo tétrico. Solo los filósofos, los antropólogos, los psicólogos, los sociólogos, los teólogos, los literatos, los poetas y los médicos entre otros, reflexionan sobre un destino final predeterminado de antemano por la naturaleza. Ellos intentan ir más allá de la función biológica del cuerpo para comprender sus efectos patológicos y culturales en la vida humana y poder lograr entender también los cultos creados por el hombre para su defensa mental, sobre todo aquellos rituales conocidos y llevados a cabo en casa, en las iglesias y en los cementerios.  

La pregunta aquella que le hace una niña a la abuela (“¿Por qué abuelita, tengo yo que morir?”) es el marco filosófico de la complejidad del tema. Cuando la niña le hace la pregunta a su abuela, seguramente su pensamiento ignora la relación dialéctica entre la vida y la parca. Y es en este sentido que Eugenia Villa Posse, en su investigación sobre el morir, considera que “la muerte es mucho más radical que la vida.” 

Pesa más la muerte porque le corta todas las amarras a la vida. Absolutamente. Y sin embargo, si comprendemos su biología, lograremos entender mejor su radical “postura.” Quien no lo comprenda así sufrirá de un duelo indescriptible. 

Lo que nos angustia entonces es la finitud, abandonar el mundo irremediablemente, y se nos olvida que es la muerte la que le da sentido a la vida. “… el culto a la vida, conceptúo Octavio Paz, si de verdad es profundo y total, es también un culto a la muerte. Ambas son inseparables. Una civilización que niega la muerte, acaba por negar la vida.”  

A propósito, recuerdo ahora con la precariedad de mi memoria la belleza de una conversación entre María Kadoma, la esposa de Borges, y su padre, quien ante la resistencia de la niña a la comida le dice que morirá irremediablemente. Y ella le pregunta con la inocencia del tiempo: ¿Papá qué es morirse? Y él, con la devoción en sus ojos le responde: No verás salir más lo que tanto te gusta, la luna.  

Nadie soportaría los círculos y las rutinas de la inmortalidad. Pablita, una vecina que alargó su existencia casi hasta los cien años, días antes de su muerte me confesó su aburrimiento por seguir viva. “Ya está bueno,” me dijo una tarde. 

El problema no es la muerte sino la experiencia de no poder vivir el culto o los rituales que la humanidad se ha inventado para paliar las pérdidas. Si los quitan o limitan nos fracturan la estabilidad comunitaria, la cohesión y la misma identidad. Viviremos entonces en el vacío y caminaremos por el mundo sin el soporte de saber quiénes somos como sostiene el filósofo Byung Chal Hun.

Les comparto algunas sentencias y frases de mi diario Piel de Hierro que llevo en el Facebook: 

-Se nos olvida que nuestro destino biológico es el mismo del perro: la muerte. 

-Nos angustia saber que no somos inmortales, que nos quedan pocos años de vida. 

-La indisciplina social no es otra cosa que la inoculación insignificante de la vida. El régimen educó a las gentes para ser objetos, cosas del consumo. 

-Las gentes le huyen a la muerte, pero ésta está oculta detrás de la oreja, y no nos avisa de la nueva visita. 

-El otro día leí algo así: “Yo estaba ya del otro lado de la vida, pero la muerte me rechazó. Observé un relámpago, una candela y me vine.” 

-Hoy creman los cadáveres y los entregan en frascos y convertidos en cenizas y como si fueran remedios de la farmacia. Otra nueva relación con los muertos, otro culto nuevo. 

-“Nada dura lo que dura el recuerdo / Apenas nos descuidamos todo se va…” Báratro. Roberto Núñez Pérez. 

-Somos apenas un recuerdo que espabila angustiado en el universo. 

-La conciencia de la muerte es el temblor y el asombro de la nada. 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *