17 abril, 2024

La muerte y su divina enseñanza

Por David Caballero De La Hoz

En estos tiempos tan atípicos en los que la vida nos pone una prueba tan fuerte de superar; cuando la muerte se ha vuelto paisaje, y nos chocamos frente a frente contra ella como nunca antes, y esta se yergue como una maestra implacable de nuestra precaria resiliencia; cuando su límite con el de la vida se torna en un hilo muy delgado y casi transparente, empezamos a valorar lo que realmente importa y que siempre había estado frente a nosotros, pero nunca habíamos visto.

Cuando un delicado beso, un buen abrazo y/o una simple palabra de aliento se anhelan en demasía como nunca antes dentro de una habitación desolada, llena de cables y pitidos abrumadoramente ensordecedores, y personas vestidas con indumentaria que los cubre de pies a cabeza, sumado a elementos adicionales que cubren sus rostros, es cuando nos damos cuenta que la esencia humana se ha perdido. Es el momento en el que exactamente nos damos cuenta que lo teníamos todo, pero no lo sabíamos. 

Nos la hemos pasado la vida criticando a todo mundo, lastimando a nuestros seres queridos al gritar y discutir por banalidades, razones superfluas y nimiedades que lo que hacen es complicar nuestra corta existencia para al final caer de bruces ante la eventualidad de la muerte, lo más seguro que tenemos, y rogar por una oportunidad para decir palabras y hacer cosas que hacen parte de esa esencia humana que hemos dejado perder sin remedio, y que nunca dijimos o hicimos por que dimos relevancia a lo que representa placer pasajero.

¿Quiénes somos entonces para juzgar a Dios cuando sobreviene la muerte en momentos que a nuestro juicio no debía? ¿Con qué derecho la maldecimos si no hemos sido capaces de darlo todo en vida por quienes nos rodean? ¿Cómo somos capaces de rogar por un abrazo de despedida si no fuimos capaces de dar muchos cuando podíamos?

La muerte, que ha sido maximizada a niveles exponenciales por la pandemia causada por el coronavirus, ha desnudado muchas falencias que como raza hemos acumulado a lo largo de siglos, sobre todo en lo que tiene que ver con el desdeño del amor hacia todo lo que nos rodea. Solo cuando la vemos cerca, o cuando se sienta a nuestro lado, empezamos a entender que, por no conocerla, y no ser conscientes de que es un componente importante de la vida, hemos dejado de vivir, y nos hemos dedicado a sobrevivir.

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