26 julio, 2024

Sinfonía en si bemol menor

Por. Aurelio Pizarro.

Alguien que sabe poco de música o cuyo conocimiento es netamente empírico, suele tener grabado en su cerebro que las teclas blancas del piano —que constituyen los tonos enteros— son las teclas importantes del instrumento, y que las teclas negras —que constituyen los semitonos o medios tonos— son teclas subsidiarias, puestas ahí para complementar la iniciativa armónica de las teclas blancas. Supongo que esa asignación de colores, que viene del clavecín y del clavicordio, no obedece a la mala fe del sinnúmero de artesanos —incluido el propio Cristofori—que participaron en el proceso evolutivo de este instrumento, pero tampoco creo que haya sido del todo casual. Y la humanidad, por supuesto, la ha aceptado porque se corresponde con la idea que hemos tenido siempre en nuestras cabezas: el blanco simboliza las cosas positivas de la vida (la paloma de la paz, la luz que nos guía, la pureza de la nieve o los angelitos de la iglesia) y el negro representa las negativas (el gato de mal agüero,las tinieblas, el dinero ganado de manera indebida o el mismísimo ángel de la muerte).

Los buenos músicos, sin embargo—los grandes genios de la música—, tienen la mente libre de esos prejuicios y para ellos el teclado del piano es neutro, cualquiera de sus teclas puede marcar la pauta.No en vano la tercera sinfonía de Beethoven está escrita en mi bemol;los cuartetos para cuerda número 2 y número 5 de Haydn están escritos en re sostenido; el concierto para piano número 2 de Mozart está escrito en si bemol y el trío para piano número 1 de Dvorak —el autor de la deslumbrante “Sinfonía del nuevo mundo”—, está escrito en la sostenido. Para todas estas obras, la tecla que marca la tónica es una tecla negra y las demás son teclas complementarias.

De esa misma manera, los buenos seres humanos saben, en el fondo de su corazón, que la importancia de una sociedad no radica en sus personas relevantes—en sus teclas blancas—, que eso no es más que un convencionalismo, un juego de jerarquías que el ser humano se ha inventado para poder sobrellevar la sinrazón de su propia insignificancia. Y si hubiera alguien que no lo supiera, para eso están los grandes traspiés universales,como las guerras mundiales o las pandemias, que de cuando en cuando se nos presentan para recordarnos el verdadero mecanismo de nuestra naturaleza. Aquí tenemos ahora a la COVID-19, enrostrándonos que esos que creíamos que eran las teclas negras de la sociedad —médicos generales, enfermeras, personal del aseo, policías, guardias de seguridad— son los que están manteniendo la enfermedad a raya, y que aquellos personajes que siempre han obrado como teclas blancas—presidentes, banqueros, empresarios,famosos, legisladores— no están siendo más que un simple ornamento, un fatuo adorno que se sostiene gracias a la mentira y a esa falta de escrúpulos que le ha permitido, por ejemplo, a la vicepresidenta Ramírez convertir los vínculos que sostuvo su hermano con el narcotráfico en una pequeña tragedia familiar o al ministro Malagón proponer tan campante las viles hipotecas inversas como una panacea que debería convertirse en la mejor opción de nuestras vidas.

Bajo esa disyuntiva nos movemos todos y, pese a Ramírez y a Malagón, la humanidad sigue su curso, se abre camino, busca la cadencia de su melodía cósmica y se empeña en componer su propia sinfonía. Será una sinfonía escrita, sin duda, en un semitono, tal vez hasta en un semitono menor;quizás en ese si bemol que aunque parezca que no tiene la suficiente trascendencia, nos obligará a cada uno de nosotros a encontrar nuestra propia tecla, a descubrir que nota nos corresponde en este concierto tan escabroso en el que discurren nuestras vidas.

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