7 diciembre, 2023

De Homenajes y Fotos

Por Giancarlo Silva Gómez

Aunque parezca increíble, la pléyade de reconocimientos y premios que depara el futuro para Iván Fontalvo apenas comienzan. Apenas frisa en los 32 años y ya lleva media vida dedicado de forma irrestricta a la formación de una literatura de talla internacional.

Dicho esto, y aún con perdones, no debe parecernos increíble que a guisa de homenaje se briden ágapes privados (y están pendientes los públicos) en los cuales se exalten los logros del promisorio escritor de la tierrita de parte de sus maestros y amigos más cercanos, en torno a una generosa botella de buen escocés. Iván merece eso y mucho más. Pero algo me llama la atención de ese cuadro.

Antes de poder compartir en el seno de este grupúsculo de intelectuales bacanos, todos amigos de las letras y de la vida, cuenta la leyenda que un adolescente desconocido merodeaba con insaciable hambre de lectura las inmediaciones de la biblioteca pública municipal; Este joven, inquieto y provisto de una inteligencia prodigiosa, devoraría un libro tras otro de los anaqueles del recinto, hasta agotar el inventario disponible. Sus constantes visitas a la Biblioteca llamaron la atención de Julio Lara, para ese entonces con funciones de bibliotecario, quién no solo le motivó a continuar con la lectura, sino que también le fue haciendo sugerencias e incluso llegó a prestarle uno que otro ejemplar de su colección particular.

De esas sugerencias, venidas de un lector curtido y de una sensibilidad única, se nutrió en sus comienzos el estilo de Iván, a la sazón ese joven del relato, pero que fueron complementadas en un estadio inicial por la motivación constante de Pedro Conrado, quién lo invitaba sin cesar a una creación propia y prolija, que también se nota en su producción actual.

En el año 2010, con ocasión del premio nacional de cultura que obtuvo el Grupo Editorial Múcura, se produjo el documental “Un Pueblo Destinado a Escribir” cuyo nombre parafraseaba la obra más importante (en mi humilde opinión) de Ramón Molinares Sarmiento y presentaba por primera vez la teoría según la cual el anteriormente citado maestro había hecho el tránsito de la oralidad a la escritura gracias a la profusa literatura que consumían los jóvenes de la época influenciados por las revoluciones de mitad del siglo pasado, trazando con su atrevimiento el camino para que Santo Tomás sea el municipio con más escritores por densidad poblacional de Colombia. Esta última afirmación no está probada, pero no hay dudas sobre su certeza.

Por ese entonces, y a instancias de Jorge Charris, incluí en mi calidad de director del documental a Iván, a quién presentamos como una figura que despuntaba en la literatura local. Hace 13 años no había publicado su primera obra, pero sorprendía con cuentos cortos que fascinaban al desaparecido Víctor Aguilera, su primer fervoroso y sincero lector.

Poco tiempo después, y con ocasión de un premio de cuento del cual Iván fue finalista en la fundación La Cueva, la fama del futuro literato llegó a oídos del consumado escritor; el experimentado novelista Ramón Molinares no salía de su asombro al enterarse que un conductor de motocarro, que se rebuscaba los pasajes para estudiar ingeniería industrial en la Universidad del

Atlántico, era el finalista del tal certamen. El ojo certero del maestro avizoró el talento y contribuyó a forjar el talente de quien en adelante sería su eterno y agradecido discípulo. Padre e hijo de las letras fundidos en una relación indescriptible de admiración, apoyo y respeto sin par.

Como era de suponerse, la cercanía con Ramón Molinares proporcionó, por efecto dominó, un espacio para Iván en medio de Aurelio Pizarro (a mi gusto, el mejor narrador de la comarca), Tito Mejía (el erótico Poeta Flaco de la Esquina Azul) y por supuesto, de Pedro Conrado y Julio Lara. Este sexteto de increíbles escritores, a quienes profeso una admiración singular, pusieron una nota alta en la creación literaria del municipio.

Líneas arriba decía que algo no me cuadraba en las fotos del homenaje privado, insisto, cuota inicial de los que deben hacerse públicos, y era la ausencia de Julio Lara en el daguerrotipo. No porque los convidados o el homenajeado le hubiesen olvidado, sino porque el poeta nocturnal, el autor de “Carpintero de Palabras” disfruta en silencio estoico el éxito y cada uno de los triunfos de su prohijado. Con humildad y sencillez acepta que las reseñas meticulosas y esmeradas (alguna grandilocuentes) que se hacen de la vida y obra de Iván Fontalvo, tienen en algún rincón, un reconocimiento silente a su aporte desconocido por muchos. Cuando se habla hoy de la gran figura de la literatura tomasina, y pronto de la literatura nacional, y se me antoja mundial, no se puede soslayar la importancia de Julio Lara en esta historia. Sobrarán a manos llenas los recién llegados a la obra de Iván, que, por mezquindad y egocentrismo, se querrán arropar en los triunfos del autor, pero créanme, su personalidad apacible y serena distingue lo auténtico de lo fingido.

Cierro mi osadía, plasmada en estas líneas sinceras y respetuosas, diciendo que, en mis múltiples interacciones con Julio Lara, y después de conocer su obra poética, he llegado a la conclusión, y en esto coincido con Iván Fontalvo como testigo de excepción, que este menudo escritor, desprovisto de los entresijos de la azarosa vida cotidiana, sería el más auténtico, genial y exquisito autor de Santo Tomás. Ambos tenemos claro que su inteligencia y creatividad no permiten que esta afirmación atrevida diste mucho de la realidad.

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